La definición del grupo B tuvo a todos con un nudo en la garganta. No estábamos ante un film de Alfred Hitchcock sino en una jornada simultánea de mundial en donde todos decidieron dejar el último aliento por sus colores. España y Portugal, en el bendito papel, eran “favoritos”, pero creo que deberíamos pensar seriamente en dejar de usar dicha palabra porque le hace mal al fútbol. Iraníes y marroquíes no salieron a la cancha sino a un campo de batalla en donde se valieron de todas sus armas para dar pelea. 

Irán tuvo en el VAR una sensación bipolar, por una parte no fue justo con ellos pues repitieron una agresión que en cualquier manifestación, excepto cristiana, era expulsión. La cara del portugués cuando el árbitro se acercaba amenazante era la de un ciervo ante la presencia de un león, pero el desenlace fue desaprobado por todos. Le perdonaron la vida y le mostraron una inofensiva tarjeta amarilla.

Con ese sinsabor y los brutales saques del arquero Alireza Beiranvand, un gigante que arrancó un tanto nervioso cuando recibió un golazo descomunal de Cuaresma, luego se agrandó atajándole el penal a Cristiano y apoyó a su selección. Irán se lanzó fiero al ataque. Minutos le quedaban al menos.

Fue así que en una jugada áerea el juez no pasó por alto una mano de Cédric y otra vez recurrió al VAR pero ahora si en favor de los iraníes que de penal, dejaron a Portugal sirviéndose un segundo frío. Y por poco los dejan afuera de no ser por Taremi que erró.

Por eso al ver a los jugadores blancos llorando en el gramado, a uno le daba ganas de meterse a la TV mágicamente y darles la mano. Se fueron como grandes. Sus actuaciones en Rusia 2018, no se Irán de nuestras mentes.